Nota: Esta reseña rompe con el anacronismo de la novela y la presenta bajo el eje secuencial en que ocurren los hechos.
A sus dieciocho años, el joven Florentino Ariza, un aprendiz de telegrafista, violinista, poeta romántico ocasional y mensajero de la oficina de correos conoce a Fermina Daza, una niña de trece años que vive con su padre, Lorenzo, y su tía Escolástica: una familia recién llegada al pueblo desde San Juan de la Ciénaga, evitando los peligros del cólera.
Pero este acto fue el inicio de una cadena de eterna espera. Al conocerla, Florentino se supo enamorado y luego de algunos trastabilleos y consejos oportunos de su madre, Transito Ariza, tomó el coraje necesario para en una tarde, en el parquecito de los evangelios, entregarle una carta que prometía su fidelidad a toda prueba y su amor para siempre. Después de un tiempo, con la complicidad de la tía, los dos jóvenes iniciaron un idilio epistolar que terminó con una propuesta de matrimonio aceptada inocentemente por Fermina y descubierta por Lorenzo. Esto llevó al padre a la determinación de abandonar el pueblo: con seguridad la muerte de ese corto amorío, de no ser por las habilidades de telegrafista de Florentino.
Con un amor aparentemente fortalecido por la distancia y la prohibición, vuelven al pueblo, después de cuatro años, Lorenzo y Fermina Daza. Ella para hacerse cargo del manejo de la casa y él, en parte, buscando un pretendiente de alta sociedad para su hija. Aunque el anhelado encuentro se dio, no fue el añorado. Incluso, ante una impresión de desencanto, Fermina le envía un escrito que convierte ese romance en una mera ilusión, nada más.
Poco tiempo después, Fermina Daza contrae nupcias con el admirado y respetado doctor Juvenal Urbino de la Calle, dándole gusto a Lorenzo, pero sin aceptar por algo distinto a un convencimiento propio. La pareja pasó su luna de miel en París, mientras Florentino Ariza apenas podía soportar la noticia. Ariza inició un largo trayecto por amores fugaces, pero siempre secretos por temor a resquebrajar la promesa hecha a Fermina Daza. Además, Florentino se formó el proyecto de convertirse en un hombre respetado de alta sociedad, con la idea en su cabeza de que el estado de viudez tarde o temprano le llegaría a Fermina Daza y él debía ser digno de ella.
Mientras Fermina consigue construir un hogar armónico, con una hija, Ofelia, y un hijo, Marco Aurelio; Florentino construye, desde abajo, un próspero camino de triunfo en la Compañía Fluvial del Caribe, que aunque era en parte de su padre muerto y nunca reconocido públicamente, Pío Quinto Loayza, esto nunca facilitó su ascenso y el tesón impuesto en las labores. Así, Florentino se consolidaba en el pueblo como un hombre soltero, solitario y sombrío, pero respetable y Fermina era una dama de alta sociedad dentro de la vida pública, lugar ganado por el éxito abrumador del doctor Urbino y la estabilidad del matrimonio, en el que generalmente dominó más la estabilidad que el amor, pero siempre entendida como una interdependencia mutua: una felicidad.
Sin embargo, esa estabilidad la rompe la muerte. Después de más de medio siglo, la viudez le llegó a Fermina Daza, pero una intempestiva reiteración del amor después del velorio casi convierte en inútil el propósito de Ariza. De todas formas, luego de un camino más paulatino, los ahora ancianos terminan reconociendo, en un viaje por el río Grande de la Magdalena, que el amor es amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.
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