miércoles, 8 de diciembre de 2010

Al parecer somos seres imperfectos, deberíamos leer para tener la certeza de serlo


Si por algo se puede caracterizar a la humanidad es por su imperfección. Somos seres ignorantes, rencorosos, egoístas, irascibles, lujuriosos, en fin, y para acabar bruscamente  con un listado que puede llenar dos páginas, somos seres inacabados. Quizás por eso siempre estemos en la búsqueda de algo, de nuevos saberes, habilidades, de apoderarnos del conocimiento. Ahora bien, ese pensamiento colectivo hace que nazcan instituciones formales para optimizar la búsqueda.
En esas instituciones (escuelas, colegios y universidades) se organizan, delegan funciones a sus miembros e intentan ser el espacio propicio para que se dé una realización satisfactoria de la búsqueda. Vivir en comunidad implica reconocer a los demás, interactuar con ellos, requerir formas de comunicación y la consolidación de los saberes ya logrados. Todas estas características durante siglos las suplió la oralidad, menos la última: no se lograba ser eficaces en el almacenamiento de nuevos conocimientos. Por eso, en parte, surge la necesidad de representar con jeroglíficos, primitivamente, y luego alfabetos sofisticados, en ese afán de completar algo.
Sin lugar a dudas, ese fue un magnánimo invento, que ahora goza de un prestigio reducido. El televisor, aunque fue un buen gesto creativo, no es tan significativo como la figuración gráfica de lo fónico, y, sin embargo, tiene en el mundo millones de adeptos, fieles seguidores, casi esclavos. ¿Y cómo luchan las instituciones contra esa caja dominante en todas las salas, los cuartos, las calles? ¿Por qué no nos invaden los libros?
Mucho de lo que se requiere para resolver ese interrogante está en la aproximación que se ha hecho a los procesos de aprendizaje y enseñanza de la lectura. Los primeros pasos son determinantes. Todos los elementos que configuran el entorno donde se dan esos primeros pasos son vitales: el espacio físico donde se aprende a leer, los métodos de enseñanza utilizados, la pedagogía del docente, las impresiones sobre la lecturas que se forman en el hogar y los textos o cartillas que usan. Pero no son solo relevantes para que un niño aprenda a leer o no, son determinantes en la concepción que los aprendices se forman sobre la lectura e, incluso, determinan la asiduidad de futuras lecturas a lo largo de una vida de búsqueda.
Destaquemos algunos de esos elementos vitales. Por ejemplo, el entorno familiar, es espacio constituye el primer posible contacto con la lectura para los niños, ¿Cómo lo aprovechan los padres? Parece que la respuesta no es nada gratificante. Si aterrizamos lo anterior en Colombia, parece que la respuesta no solo no gratificante sino alarmante. Con índices cuantitativos  se demuestra que son muy pocos los casos donde los niños reciben una cultura de la lectura en sus hogares, los padres nunca les leen, ¡ni siquiera leen! Cualquier persona no muy osada afirmaría que incluso poco hablan con ellos.
Es así como aparecen de nuevo las instituciones, de nuevo los maestros. Es tan fundamental este papel que Beatriz Caballero se atreve a sostener “Del maestro depende que el leer se convierta en un placer  o en un martirio… y la futura actitud hacia la lectura”. Contundente. Un maestro como don Gregorio, en la película La lengua de las mariposas, reflexivo en su actividad y comprometido; dos características que deberíamos adoptar.
De otro lado, los libros y métodos de enseñanza poseen la misma facultad, mostrar la lectura como placer o como martirio. El problema es que, en muchas ocasiones, causan el segundo efecto. La poca relación de los textos con las realidades de los niños y la implementación de métodos de enseñanza europeos y norte americanos (lejanos de las necesidades y la realidad sociocultural colombiana) hacen que los niños no se interesen en ese aprendizaje que no les compete (y es así, son métodos diseñados para otros niños).
Pero viene lo más grave: esos procesos anacrónicos y lejanos de las realidades culturales dejan una estela de satisfacción: ¡los niños aprendieron a leer! El problema es la concepción social que se le confiere a la lectura: leer es decodificar. Así, los pequeños aprendices reproducen fónicamente las grafías y reciben los elogios de los padres y una nota positiva de los maestros, lo que le confirma que es un lector excepcional. Pero, ¿qué hay de un lector interprete? Nada. Esta serie de acciones llevan a consolidar un grupo de iletrismo (como lo denomina Emilia Ferreiro), donde están inmersas personas alfabetizadas que no constituyen lectores en sentido pleno, no interpretan, no leen por placer, no son lectores asiduos.
Dice Héctor Abad Faciolince que la lectura estimula el placer en sí misma, que no necesita un discurso propagandístico, pero reduzcamos ese discurso a una frase: cada lectura posee una magia transformadora. Terminemos como empezamos; esos seres ignorantes, rencorosos, egoístas, irascibles y lujuriosos que somos están encarnados en los libros, es allí donde nos podemos conocer como un reflejo, es allí donde podemos autocompletarnos, claro está, quien quiera intentarlo, aunque el camino es utópico.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

DOS POEMAS EN PROSA DE ÓSCAR WILDE

EL BIENHECHOR  
Era de noche y Él estaba solo.
Y vio a lo lejos los muros de una ciudad amurallada y se encaminó a la ciudad.
Y cuando estuvo cerca oyó los pasos de los pies de la alegría dentro de la ciudad, y la
risa de la boca del gozo y los fuertes sones de numerosos laúdes. Y llamó golpeando a la
puerta y le abrieron algunos de los guardianes.
Y se quedó contemplando una casa de mármol con hermosos pilares de mármol en la
fachada. De los pilares pendían guirnaldas, y había antorchas de cedro dentro y fuera. Y
entró en la casa.
Y cuando hubo atravesado la sala de calcedonia y la sala de jaspe, y hubo llegado a la
larga sala del festín, vio a un hombre reclinado en un lecho de púrpura marina; tenía los
cabellos coronados de rosas rojas y los labios rojos de vino.
Y Él se acercó por detrás y le tocó en el hombro y le dijo:
-¿Por qué llevas esta vida?
Y el joven se volvió y le reconoció, y respondiendo le dijo:
-Era leproso y me curaste. ¿De qué otro modo había de vivir?
Y Él salió de la casa de nuevo a la calle.
Y, transcurrido un rato, vio a una mujer con la cara pintada y el vestido de colores
llamativos y con perlas calzándole los pies. E iba tras ella, a pasos lentos como un
cazador, un joven cubierto con un manto de dos colores. El rostro de la mujer parecía el
rostro hermoso de un ídolo, y los ojos del joven brillaban de lujuria.
Y Él les siguió deprisa y le tocó al joven en la mano y le dijo:
-¿Por qué miras a esta mujer y de ese modo?
Y el joven se volvió y le reconoció y dijo:
-Era ciego y me diste la vista. ¿Qué otra cosa había de mirar?
Y Él se adelantó corriendo y tocó la ropa de color llamativo de la mujer y le dijo:
-¿No hay otra senda en que andar más que la senda del pecado?
Y la mujer se volvió y le reconoció, y riéndose dijo:
-Tú me perdonaste los pecados y el camino que sigo es agradable.
Y Él salió de la ciudad.
Y cuando hubo salido de la ciudad, vio a un joven que lloraba sentado al borde del
camino.
Y se acercó a él y le tocó los largos bucles del cabello y le dijo:
-¿Por qué lloras?
Y alzó el joven la mirada y le reconoció y respondió:
-Estaba muerto y me resucitaste de entre los muertos. ¿Qué otra cosa iba a hacer más
que llorar?

EL HOMBRE QUE CONTABA HISTORIAS
(WILDE)
Había una vez un hombre muy querido de su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y le decían:
-Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?
Él explicaba:
-He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un corro de silvanos.
-Sigue contando, ¿qué más has visto? -decían los hombres.
-Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro.
Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.
Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas... Mas al llegar a la orilla del mar, he aquí que vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, en llegando cerca del bosque, vio a un fauno que tañía su flauta y a un corro de silvanos... Aquella noche, cuando regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron:
-Vamos, cuenta: ¿qué has visto?
Él respondió:
-No he visto nada.

UN SUCESO

Ella tenía la misma rutina nocturna: se acostaba en el viejo sofá, fingía ver la televisión, mientras fuertes y roncos sonidos delataban su profundo sueño. Después, exactamente a las nueve y diecisiete, se ponía de pie, buscaba su calzado y se dirigía a su cuarto (el más pequeño de los dos que habían construido, el único con ventana y no sólo con un hueco simétrico en medio de los ladrillos naranjados). Luego, lo sé porque su pequeño espacio “privado” no tenía puerta, se ponía un camisón blanco que le llegaba hasta los tobillos, tenía cuidado de no estropear los lentes mientras lo hacía; se sentaba en la cama, cerraba los ojos, posaba sus dedos en la frente y con la cabeza gacha, vociferaba palabras a un Dios, al suyo, al de los cristianos. Lo más curioso era que dejaba de susurrar y asentía en esa misma posición. Estoy seguro que en ese momento no dormía. Tal vez, Dios le respondía y esa era la parte donde a ella de correspondía callar. Después se acostaba, acomodaba cerca de su almohada una biblia que su analfabetismo no le permitía leer. Por fin, apagaba la luz. A oscuras, hacía el último acto vivo del día, preguntaba: -¿Mijo, qué le hago de desayuno? No importaba lo que dijera: siempre era café con pan.
Mi abuela… era tan ordinaria, tan parecida a todos; pero era la mía, la que me acompañaba desde hacía veinte años.
Esa noche hizo lo de  costumbre hasta que se quedó a oscuras, pero no preguntó nada. Quizás, mientras callaba, sentada en su cama, alguien le dijo que no lo hiciera, que no haría falta.
Nunca la había visto dormir tan plácida, con una sonrisa tan serena; no recordaba que fuera tan pequeña. Lo único que contrastaba con esa armonía trágica era una serie de segregaciones rojizas en su camisón blanco.
Hay cosas que quisiera olvidar, en realidad quisiera que nunca hubieran ocurrido, pero… ¿Cómo olvidar un olor a sangre impregnado en el aire? Es obvio… es difícil olvidar algo que pasó ayer.

COMENTARIO ANALÍTICO SOBRE LA PALÍCULA VIDAS AL LÍMITE, PRO-DUCIDA POR JEAN-PIERRE RAMSAY-LEV. CAPITOL FILMS, 1995, (105 MIN).

¿AMOR ENTRE POETAS?
Este texto pretende plantear la configuración de los poetas franceses del siglo XIX Jean Nicolas Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, según lo expuesto en la obra fílmica  “Vidas al límite (Eclipse Total)”. Esta producción  hace hincapié en una relación idílica, entre estos escritores, que trasciende del plano fantástico literario y adquiere una corporeidad.
El punto común más relevante entre los dos artistas es el oficio de ser poetas. De este modo, y a través de una carta con ocho poemas, el joven  (de tan solo 16 años) y talentoso  Arthur Rimbaud busca la asesoría y apadrinamiento del ya reconocido Paul Verlaine para continuar su obra. Cuando el joven artista arriba al hogar de Verlaine, se da comienzo al desarrollo de la película.
La situación familiar de cada uno de los personajes difiere considerablemente, en parte muy lógico, si consideramos la distancia en años que ya le aventajaba Verlaine al chico. Paul aparece en el núcleo de una familia con solvencia económica, con una esposa joven que espera su primer hijo. Por su parte, Rimbaud aún vivía con su madre y sus hermanas, a pesar de haberse fugado un par de veces de casa. Ahora bien, estas fugas solo hacen parte del preludio que representa su rebeldía para con las normas y la sociedad; rebeldía que termina envolviendo la morada Verlaine y ocasionando un distanciamiento entre el matrimonio.
La relación entre los escritores trasciende del mero gusto por las letras y la amistad y se convierte en un halo de seducción, romanticismo y corporeidad. Situación que, debido a las características de cada personaje, adquiere una significación diversa en cada una de las partes. Pero es en medio de este vínculo donde las voces y los actos permiten entrever la configuración de cada uno, las formas de pensar y las concepciones que se figuraban sobre el arte y el amor. Esta distinción se planteará de forma individual, sin perder el hilo coherente del texto, para concluir en la integración de los dos conceptos.
En primer lugar, Rimbaud. Este joven es a leguas mucho más que un talentoso poeta, es un genio; esa es la distinción que le es concedida en la película. Esto debido al carácter “modernista”  y “simbólico” que le es adjudicado a su obra por considerarla adelantada para su tiempo; proyectado como un artista dotado, cuyo único fin determinado entre los 16 y los 20 años de edad era liberar su pluma. El joven escritor soslayaba las demás actividades que disiparan su actividad de escritura, aunque ésta estuvo represada y restringida  por la cultura religiosa y dominio estatal de la época, a través de  los ojos y criterio de su propia madre. Sin embargo, él siempre buscó el sol.
Del otro lado, aparece Paul Verlaine como un poeta con cierta distinción ya alcanzada en el oficio de las letras. El acepta a Rimbaud en su casa, y se considera como el único capaz de entender la poesía del joven, aunque le dé muchas vueltas en su interior. Es mostrado como un hombre débil, con mucha falta de dominio y autocontrol, capaz de golpear a su esposa o herir a alguien para después sumergirse en un mar de llanto y repudio para consigo mismo. Teme perder el grado de audacia que lo hace destacar, considera que amar el cuerpo es mucho más relevante que el alma, pues este es efímero y el alma inmortal.
Ahora, la obra audiovisual crea una interacción de dependencia. Los personajes, en medio de su idilio, viajan en varias ocasiones, y en cada una de ellas se explora un poco sobre sus matices. El joven Rimbaud  confiesa el motivo por el cual eligió a Verlaine, y sostiene que aunque el tiene claro lo que tiene que decir, es Paul quien sabe cómo decirlo. También le confieren un puesto relevante a la concepción del amor; para Verlaine el amor existe, e incluso le confiesa su amor a Arthur; mientras éste afirma que ese sentimiento no existe, que son otros los motivos que unen a las parejas. Rimbaud siempre le responde a Paul, ante las confesiones, que él lo “estima” mucho.
Otro factor relevante es el fin que cada uno le confiere a su obra. Mientras para Verlaine un objeto ineludible era la publicación, Rimbaud piensa que la escritura es un fin en sí misma. El declive comienza cuando se le esfuma la inspiración, a los 20 años. En ese momento él joven poeta dice que ya no tiene nada más por decir, que las intenciones de variar en algo el sentido del mundo a través de sus letras resultan infructíferas. En cambio, Verlaine sostiene que le queda más por decir, que lo que tiene que replantear son sus metas. A pesar de esto, Arthur no vuelve a tomar la pluma pues dice que su escritura le ha cambiado; como si fuese un agente externo a su voluntad.
La película culmina con lo que acarrea la muerte. Rimbaud muere en África a los 37 años de edad; en ese lugar vivió desde que dejó de escribir y se pudo apartar de Verlaine, allí encontró el sol y cierta libertad. En cambió, a pesar de haber muerto el cuerpo, Verlaine siempre mantuvo el recuerdo y la esencia de lo que representaba el joven Rimbaud. Dos poetas coetáneos, que estuvieron unidos por una época y por lo que solo para uno de los dos era amor.

ANÁLISIS DE CAYETANO DELAURA EN DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS, DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUÉZ

Un texto literario es un universo complejo. Sin lugar a dudas, cuando nos acercamos a creaciones literarias, la característica connotativa que subyace en el lenguaje nos impide establecer dictámenes inequívocos y, al mismo tiempo, nos brinda la posibilidad de abordar la totalidad de la obra desde varios enfoques. En términos técnicos, consiste en desarrollar un análisis inmanente y trascendente del documento objeto de estudio. Estos dos métodos nos permitirán establecer una estructura que garantice la claridad y óptimo desenvolvimiento de la temática aquí plasmada.

Ahora, es conveniente aludir a lo que concierne como tema de análisis en este escrito. En primer lugar, hay que fijar el marco de desarrollo: la novela “Del amor y otros demonios”, del nobel colombiano, Gabriel García Márquez, y establecer el punto particular que compete a este texto: la resolución a la cuestión de por qué el personaje Cayetano Delaura elige las líneas del poeta Garcilaso de la Vega para acercar su expresión al regazo y entendimiento de Sierva María.

Después de hacer claridad en ese punto, abordamos el primero de los conceptos mencionados anteriormente: el método inmanente. Este tipo de análisis pretende extraer conclusiones del mismo texto, sin permitir la posibilidad de configurar conjeturas que disten de lo exclusivamente plasmado en el documento. Así, procedemos en un intento por resolver la cuestión central que atañe a este documento.

Sin desligarnos de la obra, ¿cómo se configura el personaje de Cayetano Delaura? Además, ¿qué vínculo existe entre esa configuración y la elección del poeta español, Garcilaso? Este hombre que responde al nombre completo de Cayetano Alcino del Espíritu Santo Delaura y Escudero es descrito como una persona joven, de 36 años de edad, con estudios honoríficos de teología en Salamanca, español de nacimiento con descendencia latina por la sangre materna y, según él, descendiente directo de Garcilaso por linaje paterno, estirpe por la que le asignaba “un culto casi religioso” (García, 1994: 87) al acercamiento de su obra. Pero una de las mayores virtudes del personaje es su pasión por la lectura. Aspecto que sin duda es exaltado al contextualizar el desarrollo de los hechos en un periodo de predominio eclesiástico en todos los campos; la Iglesia era jueza de lo que estaba bien o mal, por ser la representante de Dios en la tierra. De esta forma, muchos textos eran etiquetados como prohibidos y se convertían en utópicos para el pueblo. Pero Delaura sacia su pasión, gusto y ansias de letras asumiendo el cargo de bibliotecario, además de hacer parte de un sentir y compromiso divino. Esta distinción es un elemento de privilegio que facilita el poder vincular al personaje con la lectura del poeta renacentista; pero con la mera aproximación a las líneas del poeta, no a la elección de éste para expresarle sentires a Sierva María.

También es inmanente sostener, con el apoyo exclusivo del texto, que Delaura empieza a despertar una serie de sensaciones por Sierva María, contenidas en oraciones como: “el corazón se le reventaba”, “porque te quiero mucho” (voz de él a ella); y a fijarla en algún sueño como la restauradora de claveles marchitos por ramos de gardenias, que son un simbolismo de cambio de lo inerte por lo vivo, por la esperanza en el caos. Incluso, en las últimas páginas confiesa, con la mano en el pecho “muero de amor por ella” (García, 1994: 158). Todo lo anterior justificando la temática de relación en la elección del poeta: el amor. Sentimiento que se aborda con matices románticos, que serán especificados más adelante, en el análisis trascendente.

Otra vinculación inmanente se puede fijar a partir de la cita, refiriéndose a Cayetano, que enuncia “... Repitió en voz alta los sonetos de amor de Garcilaso, asustado por la sospecha de que en cada verso había premonición cifrada que tenía algo que ver con su vida” (García, 1994: 98). Esto establece una relación entre el personaje y la obra de Garcilaso. Pero este punto se requiere conocer las características de la obra del poeta, sus temáticas, sus influencias y demás aspectos que sobrepasan el límite inmanente y se adhieren a lo trascendente.

En los métodos de análisis trascendentes se analiza la obra con base en una clave interpretativa que va más allá de la configuración lingüística del texto. En este caso, fijar una posible relación entre la obra del poeta Garcilaso y la del personaje Cayetano implica tener vastos conocimientos del autor romántico, y estos no se hallan en el desarrollo de la historia de “Del amor y otros demonios”. Por este motivo, establecer el vínculo es algo que trasciende del texto inicial e implica abordar otros documentos.

Planteando brevemente la vida y obra del poeta español Garcilaso de la Vega, podemos citar el amor como su temática más relevante, pero este abordado desde un sentido romántico, donde el significado más sublime está en la búsqueda de un imposible, donde no hay corporeidad: donde se establece como un ideal.

Ahora, si nos remitimos a la gran influencia de Garcilaso, surge ineludiblemente el nombre de Francesco Petrarca, escritor italiano que influyó mucho más que en el auge del soneto, sino que persuadió al poeta español con sus temáticas amorosas; básicamente al amor cortés, que consiste en un idilio bajo una concepción platónica y mística del amor, que siempre constituye un amor adúltero entre personajes distantes (generalmente una dama de la nobleza y un plebeyo). Esta particularidad se asimila con la vida personal de Garcilaso y su amorío romántico con una dama portuguesa de la reina, Isabel Freyre (“Elisa” en sus versos).

Ahora se puede fijar una conjetura verosímil entre en concepto anterior de amor cortés en Garcilaso y la semejanza con la vida de Cayetano Delaura y el porqué de su elección. En primer lugar, Sierva María de Todos los Ángeles era una niña, hija del segundo marqués de Casalduero, Don Ygnacio de Alfaro y Dueñas. Esto, a pesar de las adversidades y características de la joven, le confiere un título noble; mientras, Cayetano no ostenta uno diferente al de simple bibliotecario. La distancia entre el amor inalcanzable, fugitivo y furtivo que se presenta entre estos dos personajes le confiere matices de idealismo al desencadenamiento amoroso.

Hasta este punto, hemos considerado la similitud entre las vidas de Garcilaso y Cayetano. Pero… ¿es suficiente esta afinidad como el único motivo por el que Delaura eligió al poeta español? ¿Qué hay de trasfondo para que esto haya ocurrido? Si seguimos tomando como base los métodos trascendentes, resulta sencillo aproximar la respuesta con los conceptos planteados por el teórico alemán Emil Staiger, en su libro “Conceptos fundamentales de poética”.

Inicialmente, y antes de aseverar una conexión en la elección del poeta, podríamos hacer una observación: ¿por qué poesía? ¿Es acaso un arma de conquista… o una forma de liberación? El escritor Emil Staiger propone lo lírico como medio de expiación, de catarsis del alma. Además como algo inherente al individuo: “… La prioridad de lo lírico viene dada ya por la esencialidad misma del ser hombre… en él no hay propiamente intencionalidad” (Staiger, 1996: 15). Lo anterior alude a la necesidad de expresar, que aquí el autor plantea como innata en la condición natural del hombre, a través de la poesía.

Ahora, nos acercamos más al punto concreto que lleva a Cayetano a elegir a Garcilaso. Para esto es conveniente plantear el concepto de hermenéutica, cuya  doctrina de la interpretación pone en relieve cómo la esencia de un texto resulta de un diálogo entre el momento de escritura y el de lectura. Esto quiere decir la conexión de dos momentos cronológicamente distantes por la esencia de las sensaciones. Básicamente es revivir las palabras del autor en el interior de quien pueda generar el nexo al momento de efectuar la lectura.


Esta idea está complementada por el autor alemán ya mencionado, quien afirma: “… El lector de un trozo lírico, al percibir esta onda, al vibrar con ella, reproduce ese estado imaginario. Aquí el comprender es estar acorde dos almas entre sí puestas al unísono…” (Staiger, 1996: 14). Además sostiene que esa compenetración es posible lograrla y que resulta mucho más fácil y satisfactoria cuando las experiencias del poeta son el reflejo de las propias. Este era el clímax del porqué. La elección de Cayetano Delaura está dirigida a un poeta del amor, en el que puede encontrar un espejo de sus vivencias. Como propone Andrés Morós: “En la base de todo está el placer que alguien obtiene leyendo lo que otro ha escrito”.

En conclusión, la elección de Cayetano Delaura debe ser abordada desde perspectivas inmanentes y trascendentes del análisis literario para consolidar un juicio acorde y aproximado. También, esa elección está enmarcada fuertemente por la conexión de semejanza entre la vida y obra del poeta elegido, Garcilaso de la vega. Tampoco se pueden ocultar los matices del petrarquismo y del amor cortés que saltan a la vista a lo largo de la historia entre Cayetano y Sierva María. Lo que hizo el personaje Delaura estuvo siempre ligado a otro concepto de Emil Staiger, que plantea el acercamiento a la manifestación lírica en virtud de un acto de simpatía, del amor. Convirtiendo siempre los versos de Garcilaso en el reflejo y expresión de sus sentimientos.

TEXTO SOBRE LA UNIDAD Y LA VARIEDAD EN EL LENGUAJE

SOBRE EL LUJO DEL LENGUAJE, DE JESÚS TUSÓN
Este texto pretende abordar con una mirada científica y el apoyo del libro El lujo del lenguaje, las características que le confieren al lenguaje una posición de unidad y, al mismo tiempo, los rasgos por los que se considera un diasistema. Estas dos concepciones del lenguaje podrían parecer contradictorias, pero ¿existen puntos de convergencia entre ellas? De cualquier forma, los cimientos teóricos sobre el lenguaje permiten ahondar en estos temas e intentar afrontar nuevos puntos de interés sobre la materia.
En principio, conviene aclarar que la facultad del lenguaje humano integra muchos y variados aspectos; sin embargo, estas líneas están encaminadas a dilucidar algunos de ellos pero a través de una de sus manifestaciones: el código de la lengua (o las lenguas). Ahora bien, cuando se propone el término de unidad con relación al lenguaje es casi que un planteamiento axiomático. Si se habla del lenguaje humano hay que aludir al carácter estésico del hombre (la corporeidad), el poseer un cuerpo sensorial lo obliga a describir su entorno físico. Además, el plano del contenido es universal, todos los hombres están inmersos en una sociedad, hacen parte de una cultura y enfrentan situaciones pasionales similares (¿en qué cultura no se habla de odio o amor?). Así, la lengua liga a la comunidad.
También, referente a la unidad del lenguaje, se hace ineludible la mención de la teoría innatista propuesta por el norteamericano Noam Chomsky, cuya perspectiva proyecta al lenguaje como facultad humana, como un equipaje biológico con el que llegamos al mundo. Es decir, todos los hombres poseen esta facultad, que posteriormente le permite interiorizar el conjunto de reglas que integran una determinada lengua con cierta facilidad y le permite hacer construcciones sofisticadas y diferentes a tempranas edades. Asimismo, se debe destacar el carácter simbólico de todas las lenguas, en cada una de ellas existe un grado de abstracción, una propiedad de unidad.
De otro lado, el gran número de lenguas y dialectos existentes y las diversas realizaciones que producen los hablantes al interior de estas son una prueba fehaciente de la diversidad. Así que las lenguas, a pesar de contener elementos comunes, configuran un diasistema del lenguaje.
Todas las lenguas configuran un ideal, pero su realización por los hablantes no necesariamente le corresponde, más bien constituye una variedad sujeta a diversos factores no necesariamente lingüísticos (llamados Norma por Coseviu) que determinan su realización e incluso garantizan su eficacia predicativa. Dentro de este mundo de diversidad hay que aludir al entorno social como uno de los principales motores que incentivan los cambios al interior de una lengua. Así se producen variedades de registro. Esta característica explica por qué un alumno universitario, aunque use la misma lengua, no hable igual con sus amigos que con un docto profesor, por ejemplo (atendiendo a la norma situacional). “El entorno social (cultural) deja abiertas de par en par las puertas a la diferencia”.
En cuanto a las diferencias entre lenguas, estas son del orden superficial: su léxico y estructuras morfosintácticas. Básicamente, aunque se hallen coincidencias  asombrosas, quizás debido a una fuente de origen común en su formación, lo que constituye a una  lengua es su aparato formal, una lengua es su morfología y su sintaxis. Así entonces, es una característica de todas las lenguas poseer un aparato estructural, pero es este mismo aparato el que enmarca sus diferencias superficiales. De cualquier forma, estas diferencias no determinan la concepción del mundo por parte de sus hablantes; el mundo es uno solo, las lenguas son muchas. Cabe destacar que aunque las realizaciones del habla estén sujetas a reglas del  ideal de la lengua, son realmente estas realizaciones las que configuran las reglas.
Concluyendo estas líneas, se podría decir que unidad y diversidad son rasgos del lenguaje que conviven en una sana y productiva armonía. La unidad concierne más al orden profundo y la diversidad está ligada más estrechamente al orden superficial. Todas las lenguas humanas están edificadas sobre la base de unos mecanismos simbólicos que las igualan y, a la vez, se diferencian por mecanismos estructurales. De todas formas, una lengua es un lugar de encuentro, un elemento cohesionador de la vida común.

TEXTO SOBRE LA UNIDAD Y LA VARIEDAD EN EL LENGUAJE

SOBRE EL LUJO DEL LENGUAJE, DE JESÚS TUSÓN
Este texto pretende abordar con una mirada científica y el apoyo del libro El lujo del lenguaje, las características que le confieren al lenguaje una posición de unidad y, al mismo tiempo, los rasgos por los que se considera un diasistema. Estas dos concepciones del lenguaje podrían parecer contradictorias, pero ¿existen puntos de convergencia entre ellas? De cualquier forma, los cimientos teóricos sobre el lenguaje permiten ahondar en estos temas e intentar afrontar nuevos puntos de interés sobre la materia.
En principio, conviene aclarar que la facultad del lenguaje humano integra muchos y variados aspectos; sin embargo, estas líneas están encaminadas a dilucidar algunos de ellos pero a través de una de sus manifestaciones: el código de la lengua (o las lenguas). Ahora bien, cuando se propone el término de unidad con relación al lenguaje es casi que un planteamiento axiomático. Si se habla del lenguaje humano hay que aludir al carácter estésico del hombre (la corporeidad), el poseer un cuerpo sensorial lo obliga a describir su entorno físico. Además, el plano del contenido es universal, todos los hombres están inmersos en una sociedad, hacen parte de una cultura y enfrentan situaciones pasionales similares (¿en qué cultura no se habla de odio o amor?). Así, la lengua liga a la comunidad.
También, referente a la unidad del lenguaje, se hace ineludible la mención de la teoría innatista propuesta por el norteamericano Noam Chomsky, cuya perspectiva proyecta al lenguaje como facultad humana, como un equipaje biológico con el que llegamos al mundo. Es decir, todos los hombres poseen esta facultad, que posteriormente le permite interiorizar el conjunto de reglas que integran una determinada lengua con cierta facilidad y le permite hacer construcciones sofisticadas y diferentes a tempranas edades. Asimismo, se debe destacar el carácter simbólico de todas las lenguas, en cada una de ellas existe un grado de abstracción, una propiedad de unidad.
De otro lado, el gran número de lenguas y dialectos existentes y las diversas realizaciones que producen los hablantes al interior de estas son una prueba fehaciente de la diversidad. Así que las lenguas, a pesar de contener elementos comunes, configuran un diasistema del lenguaje.
Todas las lenguas configuran un ideal, pero su realización por los hablantes no necesariamente le corresponde, más bien constituye una variedad sujeta a diversos factores no necesariamente lingüísticos (llamados Norma por Coseviu) que determinan su realización e incluso garantizan su eficacia predicativa. Dentro de este mundo de diversidad hay que aludir al entorno social como uno de los principales motores que incentivan los cambios al interior de una lengua. Así se producen variedades de registro. Esta característica explica por qué un alumno universitario, aunque use la misma lengua, no hable igual con sus amigos que con un docto profesor, por ejemplo (atendiendo a la norma situacional). “El entorno social (cultural) deja abiertas de par en par las puertas a la diferencia”.
En cuanto a las diferencias entre lenguas, estas son del orden superficial: su léxico y estructuras morfosintácticas. Básicamente, aunque se hallen coincidencias  asombrosas, quizás debido a una fuente de origen común en su formación, lo que constituye a una  lengua es su aparato formal, una lengua es su morfología y su sintaxis. Así entonces, es una característica de todas las lenguas poseer un aparato estructural, pero es este mismo aparato el que enmarca sus diferencias superficiales. De cualquier forma, estas diferencias no determinan la concepción del mundo por parte de sus hablantes; el mundo es uno solo, las lenguas son muchas. Cabe destacar que aunque las realizaciones del habla estén sujetas a reglas del  ideal de la lengua, son realmente estas realizaciones las que configuran las reglas.
Concluyendo estas líneas, se podría decir que unidad y diversidad son rasgos del lenguaje que conviven en una sana y productiva armonía. La unidad concierne más al orden profundo y la diversidad está ligada más estrechamente al orden superficial. Todas las lenguas humanas están edificadas sobre la base de unos mecanismos simbólicos que las igualan y, a la vez, se diferencian por mecanismos estructurales. De todas formas, una lengua es un lugar de encuentro, un elemento cohesionador de la vida común.

INTENTO DE ENSAYO: ¿EL LENGUAJE ES SIEMPRE POÉTICO?

“[…] El lenguaje, en su realidad última, se nos escapa […]”
Definir los objetos que percibimos,  los hechos, las pasiones o cualquier tipo de abstracción siempre resulta un quehacer arduo, pero esa complejidad se sopesa, en gran parte, con el empleo de la facultad del lenguaje. Ahora bien, esto esboza  lo dispendioso que puede resultar el propósito de este texto: definir el lenguaje, hasta donde éste nos lo permita.
Para intentar acercarnos a la concepción del término es conveniente remitirnos al origen, su cuna... ¿De dónde nace el lenguaje? Tratando de resolver este interrogante podríamos suponer la conjetura del Creacionismo, en la que por un orden divino todo fue creado; así, Dios le dice al primer hombre que formó: “Omne enim quod vocavit Adam animae viventis, ipsum est nomen eius”, que, traduciendo las palabras en latín del ser supremo, sería equivalente a decir: “Y fuese el nombre de todos los vivientes el que Adam les diera. Es de esta forma, según esta teoría, que se dio origen al lenguaje.
En las líneas anteriores, más allá de la veracidad o inverosimilitud de la hipótesis, hay que destacar el componente mítico que subyace a su fundamento. Es en este sentido donde convergen la ciencia moderna y el planteamiento de Herder y los románticos alemanes: “Parece indudable que desde el principio el lenguaje y el mito aparecen en una inseparable correlación”. Esta característica mítica es planteada por el nobel mexicano Octavio Paz, que argumenta la naturaleza de la relación en que tanto el lenguaje como el mito son vastas metáforas de la realidad.
Ahora, ¿básicamente, qué es el lenguaje? ¿Para qué sirve? Para tratar de abordar la primera cuestión  casi siempre se acude a la segunda. Así, no es extraño oír “…El lenguaje es la facultad que posee el hombre para comunicarse…”; pero nada más sencillo y contundente que la anterior sentencia.
Algo relevante por señalar es que en la anterior premisa no se alude exclusivamente a las palabras (orales o escritas), sino a una facultad. Esto quiere decir que se presentan diversas formas por las cuales un individuo puede comunicar: un sistema de signos manuales, de sonidos que no representen fonemas, entre otros encajan en esta descripción. Entonces, ¿cuáles son los rasgos comunes que podemos hallar en estas formas del lenguaje? Para acercarnos a una posible respuesta, citemos palabras del lingüista John Lyons. “[…] Parte de las diferencias entre el lenguaje y otros tipos de conducta comunicativa surge de la intencionalidad y la convencionalidad […]” (Lyons, 1981:24). Esta cita plantea dos aspectos intrínsecos en el lenguaje que lo constituyen al mismo tiempo. La intencionalidad tiene que ver con la voluntad para ser partícipe del acto comunicativo; esta concepción desecha el postulado mecanicista en el lenguaje (en el que el lenguaje está determinado exclusivamente por las respuestas que emitimos a los estímulos recibidos). También, como segundo aspecto, se alude a la convencionalidad, que hace referencia al acuerdo social que está determinado para adjudicar un valor semántico significativo. Aquí soslayaremos el carácter arbitrario que se presenta en la convención, y haremos énfasis en su significación expansiva. Así, cuando se solicita un cubierto en la mesa, tendremos la certeza que no se proporcionará un salero o una servilleta; esto debido a la configuración acústica convencional que se le ha asignado al objeto.

También, es de considerar que el lenguaje determina y está determinado por un factor cultural. Las características culturales no están determinadas por una línea fronteriza, estas están configuradas por los  rasgos de una cofradía. Esto pone al lenguaje como parte de universalidad, que no corresponde a una significación universal. Por ejemplo, situémonos en  dos regiones distintas de un mismo país: Santander y Atlántico, en Colombia. Si situamos el término arrecho en la primera región, estamos aludiendo a una sensación de disgusto; pero en el segundo de los territorios esa sensación se separa del enojo y se aproxima al éxtasis de la libido. También conviene rescatar, de palabras del mismo Lyons, que ese aspecto cultural en la significación no siempre es explícito, el autor inglés lo propone de la siguiente forma: “[…] Normalmente, operamos con información contextual subconsciente en nuestra interpretación de los enunciados cotidianos […]” (Lyons, 1981:204).
Ya hemos descrito al lenguaje como entidad segmentaria para el análisis, por este motivo se han consolidado varias ciencias que se encargan de su estudio en aspectos diferentes (la gramática, la lingüística, la estilística), pero, a pesar de ello no se puede elidir la concepción como una unidad: la unidad del lenguaje. Con relación a esto, el escritor alemán Emil Staiger plantea: “[…] Estamos asistiendo a una saturación de estas disciplinas. En ellas, a fuerza de clasificaciones y descripciones, echamos de menos la perspectiva de una totalidad […]” (Staiger, 1966:12). No podemos dejar que las descripciones fraccionadas aparten nuestra mirada del lenguaje como un ente autónomo.
Ahora, complementemos el concepto de lenguaje con el de poesía, miremos a qué se denomina lenguaje poético y en qué dista del lenguaje cotidiano, el de todos los días. Se puede decir que en estas dos concepciones hay un eje implícito: una imagen y un ritmo. A partir de este primer elemento, Potebnia y los simbolistas no percibieron la diferencia entre la lengua de la poesía y la lengua de la prosa, con lo cual confundieron la imagen como medio práctico de pensar y la imagen poética como medio de reforzar la impresión. En este se sumerge Sklovsky, que sostiene a la imagen poética como algo distinto de un mero predicado de objetos variables; pues, esta no busca acercar a nuestra comprensión la significación que ella contiene. Así, se hace un poco más perceptible una diferencia en caracteres: el lenguaje prosaico es denotativo y el poético connotativo.
Lo anterior se puede esclarecer con un ejemplo práctico; preguntemos ¿qué es el sol?; y, si recibimos dos respuestas del siguiente estilo: 1. “Estrella luminosa, centro de nuestro sistema planetario” y 2. “rayo de vida luminoso”, en este caso el numeral uno es completamente denotativo, que busca la definición ineludible del objeto, es cualquier definición en el diccionario; por el contrario el numeral dos es connotativo, no busca crear la percepción del objeto, sino sugerir una posibilidad de visión.  
A partir de lo mencionado, planteemos un ejercicio para profundizar la diferencia entre el lenguaje prosaico y el poético. La actividad consiste en tomar un fragmento del romancero gitano del poeta español Federico García Lorca, y en un segundo momento haremos una transcripción de la estructura semántica con la vinculación de algunos de los mismos elementos léxicos, pero bajo parámetros que permiten entrever cambios radicales en cuestiones connotativas.
Los versos siguientes, como ya se dijo de García Lorca, hacen parte del segundo romance, titulado “Preciosa y el aire”:
Asustados por los gritos
Tres carabineros vienen,
 Sus negras capas ceñidas
 Y los gorros en las sienes.
En la anterior estrofa se crean una serie de imágenes con un ritmo implícito, pero no se pretende que el lector haga una imagen única y definitiva, lo que se pretende es crear una visión y no su reconocimiento.  Ahora bien, si se oye la expresión “tres carabineros vienen asustados por unos gritos”,  ¿se puede decir que es un lenguaje poético?
Básicamente, ¡no! Aunque la anterior línea reúne semánticamente aspectos de la imagen que configura el poeta español, no se puede decir que ésta esté presentada de forma connotativa, por el contrario es una representación directa del carácter denotativo. En este punto, es prudente citar un fragmento de Jean Cohen: “La diferencia entre prosa y poesía es de naturaleza lingüística, es decir, formal. Dicha diferencia no se halla ni en la sustancia ideológica, sino en la clase especial de relaciones que el poeta introduce” (Cohen, 1970: 196); con la aclaración que generalmente este principio obedece al desarraigo habitual de la palabra para formar las figuras. Como dice Octavio Paz no se pueden poner sinónimos en la poesía erguida. En la poesía el lenguaje se confunde con la esencia del ser del poeta.
En conclusión, el lenguaje es una totalidad que configura la expresión del individuo, está regido por principios de intencionalidad, que lo hacen diferir de la mera comunicación; de convencionalidad y creatividad, todo bajo un eje cultural. Además existe una diferencia formal entre el lenguaje y el lenguaje poético, los cuales poseen caracteres denotativos y connotativos respectivamente. También hacer claridad en el sentido de mera aproximación a la definición en este texto, pues “el lenguaje se nos escapa”.

RESEÑA: EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Nota: Esta reseña rompe con el anacronismo de la novela y la presenta bajo el eje secuencial en que ocurren los hechos.
A sus dieciocho años, el joven Florentino Ariza, un aprendiz de telegrafista, violinista, poeta romántico  ocasional y mensajero de la oficina de correos conoce a Fermina Daza, una niña de trece años que vive con su padre, Lorenzo, y su tía Escolástica: una familia recién llegada al pueblo desde San Juan de la Ciénaga, evitando los peligros del cólera.
Pero este acto fue el inicio de una cadena de eterna espera. Al conocerla, Florentino se supo enamorado y luego de algunos trastabilleos y consejos oportunos de su madre, Transito Ariza, tomó el coraje necesario para en una tarde, en el parquecito de los evangelios, entregarle una carta que prometía su fidelidad a toda prueba y su amor para siempre. Después de un tiempo, con la complicidad de la tía, los dos jóvenes iniciaron un idilio epistolar que terminó con una propuesta de matrimonio aceptada inocentemente por Fermina y descubierta por Lorenzo. Esto llevó al padre a la determinación de abandonar el pueblo: con seguridad la muerte de ese corto amorío, de no ser por las habilidades de telegrafista de Florentino.
Con un amor aparentemente fortalecido por la distancia y la prohibición, vuelven al pueblo, después de cuatro años, Lorenzo y Fermina Daza. Ella para hacerse cargo del manejo de la casa y él, en parte, buscando un pretendiente de alta sociedad para su hija. Aunque el anhelado encuentro se dio, no fue el añorado. Incluso, ante una impresión de desencanto, Fermina le envía un escrito que convierte ese romance en una mera ilusión, nada más.
Poco tiempo después, Fermina Daza contrae nupcias con el admirado y respetado doctor Juvenal Urbino de la Calle, dándole gusto a Lorenzo, pero sin aceptar por algo distinto a un convencimiento propio. La pareja pasó su luna de miel en París, mientras Florentino Ariza apenas podía soportar la noticia. Ariza inició un largo trayecto por amores fugaces, pero siempre secretos por temor a resquebrajar la promesa hecha a Fermina Daza. Además, Florentino se formó el proyecto de convertirse en un hombre respetado de alta sociedad, con la idea en su cabeza de que el estado de viudez tarde o temprano le llegaría a Fermina Daza y él debía ser digno de ella.
Mientras Fermina consigue construir un hogar armónico, con una hija, Ofelia, y un hijo, Marco Aurelio; Florentino construye, desde abajo, un próspero camino de triunfo en la Compañía Fluvial del Caribe, que aunque era en parte de su padre muerto y nunca reconocido públicamente, Pío Quinto Loayza, esto nunca facilitó su ascenso y el tesón impuesto en las labores. Así, Florentino se consolidaba en el pueblo como un hombre soltero, solitario y sombrío, pero respetable y Fermina era una dama de alta sociedad dentro de la vida pública, lugar ganado por el éxito abrumador del doctor Urbino y la estabilidad del matrimonio, en el  que generalmente dominó más la estabilidad que el amor, pero siempre entendida como una interdependencia mutua: una felicidad.
Sin embargo, esa estabilidad la rompe la muerte. Después de más de medio siglo, la viudez le llegó a Fermina Daza, pero una intempestiva reiteración del amor después del velorio casi convierte en inútil el propósito de Ariza. De todas formas, luego de un camino más paulatino, los ahora ancianos terminan reconociendo, en un viaje por el río Grande de la Magdalena, que el amor es amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.