“[…] El lenguaje, en su realidad última, se nos escapa […]”
Definir los objetos que percibimos, los hechos, las pasiones o cualquier tipo de abstracción siempre resulta un quehacer arduo, pero esa complejidad se sopesa, en gran parte, con el empleo de la facultad del lenguaje. Ahora bien, esto esboza lo dispendioso que puede resultar el propósito de este texto: definir el lenguaje, hasta donde éste nos lo permita.
Para intentar acercarnos a la concepción del término es conveniente remitirnos al origen, su cuna... ¿De dónde nace el lenguaje? Tratando de resolver este interrogante podríamos suponer la conjetura del Creacionismo, en la que por un orden divino todo fue creado; así, Dios le dice al primer hombre que formó: “Omne enim quod vocavit Adam animae viventis, ipsum est nomen eius”, que, traduciendo las palabras en latín del ser supremo, sería equivalente a decir: “Y fuese el nombre de todos los vivientes el que Adam les diera. Es de esta forma, según esta teoría, que se dio origen al lenguaje.
En las líneas anteriores, más allá de la veracidad o inverosimilitud de la hipótesis, hay que destacar el componente mítico que subyace a su fundamento. Es en este sentido donde convergen la ciencia moderna y el planteamiento de Herder y los románticos alemanes: “Parece indudable que desde el principio el lenguaje y el mito aparecen en una inseparable correlación”. Esta característica mítica es planteada por el nobel mexicano Octavio Paz, que argumenta la naturaleza de la relación en que tanto el lenguaje como el mito son vastas metáforas de la realidad.
Ahora, ¿básicamente, qué es el lenguaje? ¿Para qué sirve? Para tratar de abordar la primera cuestión casi siempre se acude a la segunda. Así, no es extraño oír “…El lenguaje es la facultad que posee el hombre para comunicarse…”; pero nada más sencillo y contundente que la anterior sentencia.
Algo relevante por señalar es que en la anterior premisa no se alude exclusivamente a las palabras (orales o escritas), sino a una facultad. Esto quiere decir que se presentan diversas formas por las cuales un individuo puede comunicar: un sistema de signos manuales, de sonidos que no representen fonemas, entre otros encajan en esta descripción. Entonces, ¿cuáles son los rasgos comunes que podemos hallar en estas formas del lenguaje? Para acercarnos a una posible respuesta, citemos palabras del lingüista John Lyons. “[…] Parte de las diferencias entre el lenguaje y otros tipos de conducta comunicativa surge de la intencionalidad y la convencionalidad […]” (Lyons, 1981:24). Esta cita plantea dos aspectos intrínsecos en el lenguaje que lo constituyen al mismo tiempo. La intencionalidad tiene que ver con la voluntad para ser partícipe del acto comunicativo; esta concepción desecha el postulado mecanicista en el lenguaje (en el que el lenguaje está determinado exclusivamente por las respuestas que emitimos a los estímulos recibidos). También, como segundo aspecto, se alude a la convencionalidad, que hace referencia al acuerdo social que está determinado para adjudicar un valor semántico significativo. Aquí soslayaremos el carácter arbitrario que se presenta en la convención, y haremos énfasis en su significación expansiva. Así, cuando se solicita un cubierto en la mesa, tendremos la certeza que no se proporcionará un salero o una servilleta; esto debido a la configuración acústica convencional que se le ha asignado al objeto.
También, es de considerar que el lenguaje determina y está determinado por un factor cultural. Las características culturales no están determinadas por una línea fronteriza, estas están configuradas por los rasgos de una cofradía. Esto pone al lenguaje como parte de universalidad, que no corresponde a una significación universal. Por ejemplo, situémonos en dos regiones distintas de un mismo país: Santander y Atlántico, en Colombia. Si situamos el término arrecho en la primera región, estamos aludiendo a una sensación de disgusto; pero en el segundo de los territorios esa sensación se separa del enojo y se aproxima al éxtasis de la libido. También conviene rescatar, de palabras del mismo Lyons, que ese aspecto cultural en la significación no siempre es explícito, el autor inglés lo propone de la siguiente forma: “[…] Normalmente, operamos con información contextual subconsciente en nuestra interpretación de los enunciados cotidianos […]” (Lyons, 1981:204).
Ya hemos descrito al lenguaje como entidad segmentaria para el análisis, por este motivo se han consolidado varias ciencias que se encargan de su estudio en aspectos diferentes (la gramática, la lingüística, la estilística), pero, a pesar de ello no se puede elidir la concepción como una unidad: la unidad del lenguaje. Con relación a esto, el escritor alemán Emil Staiger plantea: “[…] Estamos asistiendo a una saturación de estas disciplinas. En ellas, a fuerza de clasificaciones y descripciones, echamos de menos la perspectiva de una totalidad […]” (Staiger, 1966:12). No podemos dejar que las descripciones fraccionadas aparten nuestra mirada del lenguaje como un ente autónomo.
Ahora, complementemos el concepto de lenguaje con el de poesía, miremos a qué se denomina lenguaje poético y en qué dista del lenguaje cotidiano, el de todos los días. Se puede decir que en estas dos concepciones hay un eje implícito: una imagen y un ritmo. A partir de este primer elemento, Potebnia y los simbolistas no percibieron la diferencia entre la lengua de la poesía y la lengua de la prosa, con lo cual confundieron la imagen como medio práctico de pensar y la imagen poética como medio de reforzar la impresión. En este se sumerge Sklovsky, que sostiene a la imagen poética como algo distinto de un mero predicado de objetos variables; pues, esta no busca acercar a nuestra comprensión la significación que ella contiene. Así, se hace un poco más perceptible una diferencia en caracteres: el lenguaje prosaico es denotativo y el poético connotativo.
Lo anterior se puede esclarecer con un ejemplo práctico; preguntemos ¿qué es el sol?; y, si recibimos dos respuestas del siguiente estilo: 1. “Estrella luminosa, centro de nuestro sistema planetario” y 2. “rayo de vida luminoso”, en este caso el numeral uno es completamente denotativo, que busca la definición ineludible del objeto, es cualquier definición en el diccionario; por el contrario el numeral dos es connotativo, no busca crear la percepción del objeto, sino sugerir una posibilidad de visión.
A partir de lo mencionado, planteemos un ejercicio para profundizar la diferencia entre el lenguaje prosaico y el poético. La actividad consiste en tomar un fragmento del romancero gitano del poeta español Federico García Lorca, y en un segundo momento haremos una transcripción de la estructura semántica con la vinculación de algunos de los mismos elementos léxicos, pero bajo parámetros que permiten entrever cambios radicales en cuestiones connotativas.
Los versos siguientes, como ya se dijo de García Lorca, hacen parte del segundo romance, titulado “Preciosa y el aire”:
Asustados por los gritos
Tres carabineros vienen,
Sus negras capas ceñidas
Y los gorros en las sienes.
En la anterior estrofa se crean una serie de imágenes con un ritmo implícito, pero no se pretende que el lector haga una imagen única y definitiva, lo que se pretende es crear una visión y no su reconocimiento. Ahora bien, si se oye la expresión “tres carabineros vienen asustados por unos gritos”, ¿se puede decir que es un lenguaje poético?
Básicamente, ¡no! Aunque la anterior línea reúne semánticamente aspectos de la imagen que configura el poeta español, no se puede decir que ésta esté presentada de forma connotativa, por el contrario es una representación directa del carácter denotativo. En este punto, es prudente citar un fragmento de Jean Cohen: “La diferencia entre prosa y poesía es de naturaleza lingüística, es decir, formal. Dicha diferencia no se halla ni en la sustancia ideológica, sino en la clase especial de relaciones que el poeta introduce” (Cohen, 1970: 196); con la aclaración que generalmente este principio obedece al desarraigo habitual de la palabra para formar las figuras. Como dice Octavio Paz no se pueden poner sinónimos en la poesía erguida. En la poesía el lenguaje se confunde con la esencia del ser del poeta.
En conclusión, el lenguaje es una totalidad que configura la expresión del individuo, está regido por principios de intencionalidad, que lo hacen diferir de la mera comunicación; de convencionalidad y creatividad, todo bajo un eje cultural. Además existe una diferencia formal entre el lenguaje y el lenguaje poético, los cuales poseen caracteres denotativos y connotativos respectivamente. También hacer claridad en el sentido de mera aproximación a la definición en este texto, pues “el lenguaje se nos escapa”.
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