miércoles, 17 de noviembre de 2010

CRÓNICA: CONSTRUCCIÓN DE UN AVIÓN ARTESANAL

“Hacer un avión que vuele” esa era la orden, y tenía ciertas indicaciones particulares: “Que la totalidad de sus componentes sean elementos artesanales… Que no tenga nada eléctrico… Que sea para dentro de cinco días”. La última era la más conveniente en mi caso.  No sé por qué pero siempre haga las cosas con mejores resultados cuando estoy bajo presión.
Hacer el avión… Cualquiera sabe que los aviones vuelan y que son un vehículo bastante teorizado para poder mejorar su eficacia de vuelo, pero cómo haría ese avión. Lo primero que pensé fue en los materiales, utilizaría elementos livianos que lograran suspenderse armónicamente en el aire. Se me ocurrió usar palos de pinchos, que son falos cilíndricos de madera de más o menos seis milímetros de diámetro: eran perfectos. Tenía que ser un avión sencillo, así que necesitaba un tipo de papel que resistiera (quizás una rama de un árbol o algunas gotas de agua), pensé en papel plástico. Esas fueron mis primeras conjeturas; treinta segundos después de las indicaciones ya casi tenía el avión armado. ¡No es tan difícil!
Si en treinta segundos había logrado lo anterior, por qué preocuparme, pensé. Error de vanidad que vine a saber luego. Perdí varias horas asumiendo la infinita simplicidad de la construcción.
Casi quince horas antes de presentar mi avión decidí a armarlo. Fácil… primero: comprar los materiales. Ahí empezaron los inconvenientes, no sabía que fuera tan escaso el papel plástico en mi zona residencial y como era de noche no tenía la posibilidad de ir a la zona céntrica. “Cuando no hay cedro, bueno es cualquier palo”, decía mi abuela; así que terminé comprando papel celofán, parecía propicio, era resistente y liviano. Nada alarmante todavía, pero sí el anuncio de precaución de que las cosas no eran tan sencillas. Llevé a la casa dos pliegos de papel celofán, cincuenta palos de chuzo, algunos metros de pita (para las uniones de los palos) y cinta. 
Ahora un inconveniente mayor, una palabrita que rondó un rato en mi cabeza: ¡el modelo! No sabía cómo lo iba a hacer. Mi ignorancia como ingeniero… Supongo que en ese tipo de construcciones ellos primero construyen un modelo viable y luego piensan en los materiales que se ajusten a ese modelo. Descubrir eso, en ese momento, no fue un aliciente de buen camino, ni vaticinaba un exitoso desenlace.
Lo más lógico era buscar fundamentos teóricos, ver modelos artesanales de aviones que pudieran volar; no sé por qué hice todo lo contrario: acudí a mi empirismo. Entre las indicaciones dadas para la construcción no había ninguna objeción sobre copiar modelos, pero no… yo apelaría a mi engreído empirismo.
De nuevo… Volvamos a lo sencillo (debí asumir esta vez que eso no funciona)… ¡Un avión de papel! Era simple, si mis aviones de papel clásicos vuelan, lo mismo haría un avión similar hecho con palos de chuzo y papel celofán; de nuevo el escaso tiempo restante alimentando mi ego de inteligente para saber actuar bajo presión. Formé rápidamente un avión de papel y lo dejé en un lugar fácilmente observable. Hice un triángulo con dos palos de chuzo completos y uno un poco más corto (¿cómo se llama ese tipo de triángulo?) los uní con pita, las cosas parecían menos catastróficas. Forré esa estructura con el papel celofán adherido por la cinta. Dirigí mi mirada al avión de papel…Luego un triángulo más pequeño para hacer la parte inferior del avión; necesité silicona para hacer unos pegues, pero terminé: había hecho un avión artesanal, sin nada eléctrico y en el tiempo requerido… me preocupaba el primer requerimiento y para lo que se supone que sirve un avión: que pudiera volar.
Confieso que de los cincuenta palos de chuzo usé seis y aproximadamente el veinte por ciento del papel celofán. Me sobraron materiales, por eso es que primero se estructura el modelo. De haberlo hecho no tendría ahora un montón de material de sobra. Aún así, el avión quedó construido. Tenía un estilo estéticamente llamativo, se podría decir que agraciado. Sin embargo, fueron tantas las acrobacias empleadas para la construcción y aparentemente tan frágil su armazón que ese avión no tuvo vuelos de prueba.
Al día siguiente, una hora antes de presentar el avión, me estaba subiendo al bus, con un bolso pesado en la espalda y una bolsa en la mano llevada con el mayor de los cuidados.
Rápido llegó el momento decisivo: el vuelo. Lo saqué de su bolsa, efectivamente algunos coincidieron en la concepción de que el avión era agraciado y añadieron que prometía vuelo; esos comentarios amilanaron mi inseguridad.  Con esa sensación reciente de confianza, tomé el avión por la parte inferior, con un gesto delicado, con una figura trenzada en los dedos, similar a como se coge un lápiz, pero lo lancé con rudeza y energía, quería que correspondiera a lo que algunos esperaban, que volara un poco.




Nada fue así, el avión alcanzó algo de altura y cayó como un torbellino, se vino a pique dando veloces giros y quedando a unos dos metros del punto donde lo lancé. Pensé que ese avión había tenido un único vuelo, pero no. Quedó intacto. Guardé la esperanza de que lo hubiera lanzado mal; así que hice varios intentos más, mientras progresivamente le imprimía rencor y frustración a mis lanzamientos. Mi respiración se agitaba mientras concebía la máxima del caso: había construido un avión que no volaba pero era indestructible.

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