lunes, 22 de agosto de 2011

PERFIL DE ‘QUIQUE’ (Crónica)

Un deber con imposición de figuras y libertad de método; en mi caso, un poco el socrático… un poco el de Holmes. Así pretendía conocer algo de Luis Enrique Lizcano.

-Hola, ‘Quique’- dije. La palabra fue y retornó de inmediato.

Al comienzo, lo más fue confusión. Estábamos los dos sentados de frente con la necesidad de ahondar en la individualidad del otro y, al mismo tiempo, permitir ser escudriñados. No se sabía quién hacía de entrevistador y quién de entrevistado.

Inicia Sócrates: -¿Qué espera usted después de graduarse?- pregunté, soslayando los detalles que eran evidentes: graduarse de Licenciatura en Español y Literatura y que ese evento estaba cada vez más próximo, invasivo, inminente. Algo curioso pasó, ‘Quique’ eludió la primera persona en su repuesta y se escudó en lo imper-sonal del Nosotros (él y los otros graduandos).

-La idea de todos es… Estamos mirando a ver si… - Así iniciaban sus oraciones. Podía inferir que escondía algo de temor que se alivianaba al pensarse como una masa. Como dije antes “curioso”, pero en nada sorpresivo. Esa era parte del detec-tive londinense.

Siento que tomo la vocería y él se somete a mis preguntas; así que aprovecho la situación. Descubro que le encantan las lenguas, la creatividad y la moda; pero confiesa que nunca ha pensado en ser profesor. Insisto en que está cursando una licenciatura y que por qué no le agradaría ser docente.

- Me da miedo formar mal a los niños- dice, dejando ver su alto grado de compromiso y un poco de desconfianza en sí.

La conversación continúa y ahora me voy sintiendo más cómodo, ‘Quique’ es muy abierto y espontáneo, diferente a mí, por eso me cae bien, porque uno siempre quiere ser como no es.

Le pregunto si esconde cosas, me dice que solamente los chocolates, que si no lo hace se desaparecen mágicamente de su casa. –Ah, y también el dinero- dice con jovialidad y sonríe. Se confiesa un comprador compulsivo.

Me intriga saber por su parte religiosa, que intuyo contrasta con su vida. - Voy a misa y rezo y todo el cuento, pero le tengo desconfianza a eso-. Además, descubro que hay una imagen que lo atemoriza mucho: una selva. Pero esta es una selva onírica, con cultivos de fique, que de repente se va convirtiendo en un paisaje a blanco y negro. Sin embargo, a pesar de ser onírico, él lo relaciona con un lugar que él visita, cerca de Zipáquira y de Fúneque. Yo considero que lo que más lo atemoriza es que el paisaje quede opaco: el estado acromático, pues, ‘Quique’ es color.

Se describe como una persona decidida y de relaciones largas, de dos o tres años; muy estable. Opuesto al matrimonio de sus padres que terminó en divorcio y de-jando a ‘Quique’ al cuidado de las tiernas manos de su abuelita; una mujer a la que él quiere en demasía. Su padre lo visita, a veces; de hecho, es principalmente por él por quien esconde los chocolates. Quique tiene barba, creo que le luce.

Me juego una carta interesante, le pregunto si tiene problemas en dejarme revisar su billetera. Responde con un sí dubitativo que yo elido tomándola y abriéndola raudamente: ya estaba entregado y expuesto, solo podía confesar. Curiosamente, para una persona tan joven, tiene algunas tarjetas de viveros de venta de plantas; me dice que le encantan, y me parece que tiene mucho de su abuelita. Parece un conocedor de plantas. Se me pasa por la cabeza un cuento ruso, de Isaac Bábel, que alude a esa importancia de saber cómo se llama una planta o que nombre recibe determinado pájaro. ‘Quique es un naturalista’.

También, descubro un papel al que se le nota el tiempo, en un bolsillo casi oculto, con un poema escrito. Él no lo dice, pero sé que se lo escribieron a él y que lo pone nostálgico. Me deja leerlo y me dice que no recordaba tenerlo allí, se lo doy y lo dobla con cuidado para guardarlo de nuevo. Supe que había algo raro en su mirada, pero no quise ahondar en ello.

En definitiva, ‘Quique’ es decidido, alegre y seguro. En una frase suya: - Lo que quiero lo hago siempre y nunca me arrepiento de nada-. Así concluimos el encuentro, sin necesidad de tanto Holmes, ante una persona tan abierta; aunque… ¡quién sabe cuántos chocolates me estuvo escondiendo!

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